miércoles, 17 de noviembre de 2010

Murakami

"Aun después de que hubiera dejado el acordeón, ella continuó con los ojos cerrados, aferrada con ambas manos a mi brazo. de sus ojos brotaban lágrimas. apoyé una mano en su hombro, posé los labios sobre sus ojos. Las lágrimas les conferían una humedad cálida y suave. Una luz tenue y dulce iluminó sus mejillas haciendo brillar sus lágrimas. No se trataba, sin embargo, de la luz mortecina de la lámpara que colgaba del techo. Era una luz más blanca, más cálida, como la de las estrellas"


Este fragmento se encuentra en El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, de Haruki Murakami, en la p.446

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